Yo me esperaba algo así como una rebeldía manifiesta tipo maraña en el pelo, o nada de pelo, ambos un espejo mío, pues me estoy quedando pelado.
Si un hijo mío hace lo que hicimos todos contra nuestros padres, el pelo, supuse, sería el problema que tendría que enfrentar.
Me resignaría, me dije, como nos pasó a todos, el día que tuve que presentarme a trabajar y había como doscientos aspirantes.
Pero la vida tiene la costumbre del sarcasmo, me ofreció una alternativa que no sé cómo lidiar, a mi hijo, le gusta lo gótico.
La primera señal, fue el gusto por el negro. Desde que tenía edad para elegir la ropa, no es que fuera especialmente lúgubre, no, eran chombas negras combinadas con ropa y zapatos comunes, la cosa se fue armando delante de mí, viendo conforme crecía que el pelo se mantenía limpio y peinado. Sin sospechar que no era el pelo lo que tenía que vigilar.
Ya es pálido por naturaleza, así que no vi la segunda señal. Para cuando me di cuenta que usaba maquillaje para ser más pálido, tardé bastante.
En realidad no en él, me di cuenta en los amigos, pálidos falsos con labios rojos, pero no como el labial de mujeres, rojo bastante más natural, que luego supe que son distintos.
Está en nuestros genes desconfiar y confiar en lo que vemos, en la fachada que nos presentan, así que si debo culpar a alguien del malestar que me causaban sus amigos es a los genes, al que sea que nos haya diseñado.
A los padres se nos tiene que perdonar que queramos un hijo normal, me dije, claro, que cuando tuvo oportunidad, me preguntó por qué yo hablaba de normal refiriéndome a cualquiera que no fuera él. Y el momento que tuvo oportunidad fue cuando pegó el estirón y me miraba desde una altura un tranco por encima de mis ojos y mi cabeza.
También en los genes está tener prudencia frente al tamaño.
Imaginen un oso polar, oscuro, con maquillaje pálido y ni siquiera se acercan a la extrañeza que significa eso para un padre, uno se pregunta de quién es hijo la bestia.
Me la pasaba refunfuñado mirando a mi esposa y pensando, me la hizo, la muy.
Hasta que mis miradas furtivas surtieron algún efecto, porque un día mi esposa comenzó a hostigarme, no porque yo en mi trasmisión de pensamiento la culpara a ella y al padre que ya sospechaba que no era yo, sino explicándome qué es un gótico.
No entendés nada, me dijo, los góticos son especiales, no son una moda, es una forma de mirar el mundo, son artistas refinados, individualistas, se bajaron del mundo, como tantas veces queremos hacerlo los “normales”.
A mí me parecen los mismos argumentos que nos convierte en “normales”, sólo que góticos.
Los diferencia la ropa, a nosotros también, somos prolijos y le agradecemos a la naturaleza que los ojos perciban los colores. Escuchan música especial, nosotros también, y le agradecemos al mundo los clásicos, sin los cuales la música gótica no existiría. Ellos son individualistas, nosotros también, sólo que le decimos egoístas. Dicen ser románticos, nosotros también, hasta que nos vino la boleta de la luz, barrido y limpieza, teléfono.
La psicóloga le recomendó a mi mujer diálogo. Diálogo. Cuando lo intentamos el gótico nos preguntó: ¿Cuál es el sentido de la vida?, y se acabó el diálogo.
Entre la psicóloga y su mamá, (ahora es su madre, no mi hijo), me obligaron a respetar su privacidad, sus tiempos, a raíz de lo cual, ahora tengo dos góticos en casa, y aunque no puedo distinguir el sexo del o la compañera, mi mujer me calma diciendo que peor es que se dedique a la droga o en la calle robando.
Luego me dijeron que debía respetar sus gustos y acompañarlo a comprar, sólo para clavarme con un toco en la tarjeta, llena de libros de Drácula, y más maquillaje. Sublimación de no sé qué dijo la psicóloga.
Yo no sé, en cuanto descubra quién fue el pata e lana padre de la bestia, lo recago a patadas como una sublimación del acto de empalamiento como hacían en la época de Drácula, y después, sólo después, me sentiré con capacidad de resignación.
Tanguero.